MARÍA DE LAS MERCEDES SANTA CRUZ Y MONTALVO, CONDESA DE MERLÍN (1789, Cuba – 1852, Francia)

Viaje a la Habana: Carta 1

María de las Mercedes Beltrán Santa Cruz y Cárdenas Montalvo y O’Farrill (La Condesa de Merlín)

[1]El espectáculo del mar.—La proximidad a la patria.—Las velas y el vapor.— Matanzas, Puerto Escondido, Santa Cruz.—Jaruco.—La Fuerza.—Vieja.—El Morro.

Havana 1639 obra de Johannes Vingboons disponible en el dominio publico por Wikimedia Commons.

Día 5 de… a las cuatro de la tarde.

¡Estoy encantada! Desde esta mañana respiro el aire tibio y amoroso de los Trópicos, este aire de vida y de entusiasmo, lleno de inexplicables deleites! El sol, las estrellas, la bóveda etérea, todo me parece más grande, más diáfano[2], mas espléndido! Las nubes no se mantienen en las alturas del cielo, sino se pasean en el aire, cerca de nuestras cabezas, con todos los colores del iris; y la atmósfera está tan clara, tan brillante, que parece sembrada de un polvo menudísimo de oro! Mi vista no alcanza a abarcarlo, a gozarlo todo; mi seno no es bastante para contener mi corazón! Lloro como un niño, y estoy loca de alegría! Qué dulce es, hija mía, poder asociar a los recuerdos de una infancia dichosa, a la imagen de todo lo que hemos amado en aquellos tiempos de confianza y de abandono,[3] a esta multitud de emociones deliciosas, el espectáculo de una naturaleza rica y deslumbradora! Qué tesoro de poesía y de tiernos sentimientos no deben despertar en el corazón del hombre estas divinas armonías…![4]

Durante la noche hemos doblado los bancos de Bahama, y desde esta mañana navegamos blandamente en el golfo de México. Todo ha tomado un aspecto nuevo. El mar no es ya un elemento terrible que en sus soberbios furores trueca su manto azul por túnicas de duelo, y su zumbido melancólico por rugidos feroces; no es ya ese pérfido elemento que crece en un instante, y que como un gigante formidable aprieta, despedaza y sepulta en sus entrañas al débil mortal, que se confía a su dominio. Hermoso, sereno, resplandeciente, como una lluvia de diamantes, y, agitándose con suaves ondulaciones, nos mece con gracia, y nos acaricia con placer. No, no es el mar, es otro cielo que se complace en reflejar las bellezas del cielo. Cien grupos de delfines de mil colores se apiñan alrededor de nosotros y nos escoltan, mientras que otros peces de alas de plata y cuerpo de nácar vienen a caer por millares sobre el puente del barco… diríase que conocen los deberes de la hospitalidad, y que vienen a festejar nuestra venida.[5]

Día 6 á las ocho de la tarde, á la vista de Cuba.

Hace algunas horas que permanezco inmóvil respirando a más no poder el aire embalsamado que llega de aquella tierra bendecida de Dios… Salud, isla la encantadora y virginal! Salud, hermosa patria mía! En los latidos de mi corazón, en el temblor de mis entrañas, conozco que ni la distancia, ni los años han podido entibiar mi primer amor. Te amo, y no podría decirte por qué; te amo sin preguntar la causa, como la madre ama a su hijo, y el hijo ama a su madre; te amo sin darme, y sin querer darme cuenta de ello, por el temor de disminuir mi dicha… Cuando respiro este soplo perfumado que tú envías, y lo siento resbalar dulcemente por mi cabeza, me estremezco hasta la médula de los huesos, y creo sentir la tierna impresión del beso maternal.

¡Con qué religioso reconocimiento contemplo esa vegetación vigorosa que extiende por todas partes su magnificencia, los contornos ondulosos de esas costas y los movimientos del terreno, cuyas redondeadas líneas parecen haber servido de modelo a los más bellos paisajes imaginados por los poetas! Más allá, sobre colinas ligeramente inclinadas, distingo inmensos bosques virginales que ostentan a los rayos del sol sus eternas bellezas, esas bellezas siempre verdes y siempre floridas que reinan sobre la tierra y quebrantan los huracanes; y cuando veo esas palmeras seculares que encorvan sus orgullosos penachos hasta los bordes mismos del mar,[6] creo ver las sombras de aquellos grandes guerreros, de aquellos hombres de voluntad y energía, compañeros de Colón y de Velázquez,[7] creo verlos orgullosos de su más bello descubrimiento, inclinarse de gratitud ante el Océano, y darle gracias por tan magnífico presente.

Dia 7 al amanecer.

He pasado una parte de la noche sobre el puente, en mi hamaca, bañada por los rayos de la luna, y resguardada por la bóveda estrellada del firmamento. Las velas estaban desplegadas: una brisa ligera y caliente rozaba apenas la superficie del mar, del mar resplandeciente, temblante, sembrado de estrellas. El buque se deslizaba suavemente, y el agua, dividida por la quilla, murmuraba y se deshacía en blanquísima espuma, dejando tras de nosotros largos rastros de luz. Todo era resplandor y riqueza en la naturaleza; y cuando yo, hombre débil y mortal, con los ojos fijos en la bóveda del cielo, distinguía las oscilaciones de las velas y de las cuerdas que se balanceaban amorosamente en los aires, cuando veía las estrellas arrojando raudales de luz, agitarse e inclinarse muellemente ante mí, me sentía arrebatada de un éxtasis embriagador y divino. Las lágrimas humedecían mis párpados; mi alma se elevaba a Dios, y todo cuanto hay de bueno y de bello en la naturaleza moral del hombre aparecía a mis ojos como un objeto infinito de mi ambición. Me parecía que sin esta belleza interior no era yo digna de contemplar tanta magnificencia. Un ardiente deseo de perfección se apoderaba de mí, se mezclaba al sentimiento de mi miseria, e inclinando mi frente en el polvo, ofrecía a Dios mi buena voluntad como el modesto holocausto de una criatura débil y limitada.[8]

He oído yo hablar de una sustancia maravillosa que los químicos llaman, según creo, peróxido de ázoe:[9] he oído hablar de la vida ficticia que produce, y que puede reasumir en un momento de alucinación todas las alegrías de la existencia humana. Pues bien, yo creo que esta sustancia no ha producido jamás un encanto semejante al de esta hermosa noche pasada a la faz del cielo en el mar de los Trópicos.

Día 7 a las ocho de la mañana.

Algunas horas más, y estamos en Cuba. Entre tanto permanezco siempre aquí, inmóvil, respirando el aire natal, y en un estado casi comparable al del amor dichoso.

Ya conoces mi repugnancia hacia los barcos de vapor, repugnancia que se aumenta con la idea de la poesía de las velas. La experiencia ha confirmado mi aversión a los unos y mi preferencia hacia los otros. Es incontestable que el movimiento de un barco de vela es más suave y más regular que el de un barco de vapor. Este último, además del balance y del cabeceo, es combatido sin cesar por el estremecimiento que causa el movimiento de las ruedas, sin contar la violenta y dura sacudida que prueba cuando hiende con esfuerzo las olas agitadas. No hablo del desaseo, de la incomodidad, y de otras desventajas inseparables del empleo del vapor. Los sentimientos de las mujeres no son justiciables de los economistas; por muy admirable que se muestre la inteligencia del hombre poniendo a contribución los elementos para aprovecharse del resultado de su lucha, a mí me parece más grande el hombre solo batallando con los elementos. Amo yo más este combate, este peligro, esta incertidumbre del porvenir, con sus agitaciones, sus sorpresas y su alegría: una travesía a la vela es un poema lleno de bellezas y de peripecias imprevistas en que el hombre aparece en toda la grandeza de su ciencia y de su voluntad, ennobleciendo el peligro por la audacia calculada con que lo arrostra. A los caprichos o al furor del mal opone él su fuerza y su prudencia, su vigilancia continua y su paciencia maravillosa, y siempre en lucha con los innumerables accidentes de los elementos, sabe igualmente sacar partido de ellos y dominarlos.

El hombre ha encontrado el medio de aprisionar el fuego y de calcular sus efectos. Pero los vientos son inciertos y su fuerza desconocida, su cólera imprevista, y esta misma incertidumbre es la que constituye toda la poesía de los barcos de vela. Es la vida humana con sus incertidumbres, sus temores, sus esperanzas, sus falsas alegrías; y cuando llega la dicha, cuando el buen viento sopla por la popa, ¡oh! entonces cómo se le recibe, cómo se le saluda, cómo se le festeja, cómo se embriaga la tripulación entera con su soplo de vida y de esperanza!

Te encantarías si vieses desde la orilla la gracia y la elegancia de nuestro barco, engalanado con todos los atavíos, desplegadas las velas, perfectamente atado el cordaje; se desliza precipitado y gozoso sobre un mar azul, como una joven que va a un baile.

Un vapor anda más; se sabe de antemano el día de su llegada, hasta se tiene el derecho, como en los acarreos de tierra, de imponerle una multa si no llega a la hora fijada. También sé que hay quien le encuentre muchas bellezas, que los aficionados se extasían con la perspectiva que ofrece la columna de humo disipándose en el aire. En cuanto a mí, el humo no me agrada más que en las fábricas porque no voy a ellas, y como jamás llevo tanta prisa en mis viajes que tenga que preferir un carruaje de vapor a un buen coche que anda menos y como yo quiero; como, en una palabra, prefiero mi salón a mi cocina, dejaré el barco de vapor a los mercaderes y a las mercancías, y viajaré siempre a la vela.

Al mediodia.

Estoy sentada en mi taburete. El sol vibra sus rayos sobre mi cabeza, y te escribo sobre mis rodillas… Soy dichosa, y quiero hacerte participar de mi dicha.

Vamos avanzando con la costa querida siempre delante de nuestros ojos. Una multitud de barcos de pescadores se deslizan por todos lados; se alejan y se vuelven a la playa. La brisa de mar que se ha levantado hace dos horas llena las velas de los barcos que se encaminan hacia la entrada del puerto. Los unos nos adelantan y los perdemos de vista, los otros nos siguen o nos disputan el paso, y animados todos en su movimiento, y alumbrados magníficamente por un hermoso cielo, se dibujan en el aire, y se reflejan en la superficie de este mar tan sereno y tan azul, mientras las olas, divididas en todas direcciones por una multitud de quillas, se elevan orgullosamente para caer luego con una especie de voluptuosidad en penachos de espuma, arrastrando en pos de sí millares de peces de mil colores cambiantes que se deslizan, saltan y juegan en el agua.

Ya distinguimos el Pan de Matanzas[10], la más elevada de nuestras montañas. En la cumbre está la ciudad de este nombre, habitada por dos mil almas, y rodeada de ingenios de azúcar. A alguna distancia, y más cercana a la costa, descubro la aldea de Puerto Escondido[11]. Al ver las cabañas de formas cónicas, cubiertas hasta el suelo de hojas de palmera; al ver los zarzales entretegidos de plátanos, que con sus largas hojas protegen las casas contra los ardores del sol; al ver las piraguas amarradas a la orilla, y al contemplar la quietud silenciosa del mediodía, parece que estas playas son todavía habitadas por los indios.

Hénos aquí enfrente de la ciudad de Santa Cruz, que recibió su nombre de mis antepasados, y que se adelanta graciosamente hacia la orilla. Su puerto sirve de abrigo a los pescadores y de mercado a los frutos de las poblaciones vecinas. Todas estas pequeñas ciudades situadas a la orilla del mar no tienen privilegio de exportación sino para la Habana, depósito general de la isla, que las derrama en seguida por todas las regiones del globo.

—¿Qué ciudad es aquella tan bonita, tan pintoresca, con un puerto tan resguardado de los huracanes?—Es la ciudad de Jaruco, a la cual va unido el título primitivo de mi familia. Mi hermano es justicia mayor de la ciudad, y lo que es más, es su bienhechor. Vamos avanzando rápidamente, y ya se queda detrás de nosotros el castillo de la Fuerza, con sus dos bastiones desmantelados y sus dos soldados de guarnición. En tiempo de Felipe II se trató por primera vez de levantar fortificaciones en sus nuevos estados de Ultramar; pero el Consejo Real decidió que no había necesidad: tan grande era entonces en los españoles el convencimiento de su propia fuerza. Sin embargo, los piratas de todas las naciones no tardaron en desolar las costas de la Española y de Cuba. En 1538 esta última isla fué saqueada, incendiada, y destruida por una tropa de filibusteros, y sus habitantes tuvieron que refugiarse en los bosques con sus familias.

El Adelantado, D. Fernando de Soto, cuya autoridad soberana era la isla, mandó que se volviese a levantar la ciudad, e hizo construir el castillo de la Fuerza, que no se acabó hasta 1544. Hasta esta época no se permitió a los buques y a las escuadras de los españoles entrar en el puerto.

En este mismo año una porción de buques de guerra, mandados por Roberto Bate, atacaron otra vez la ciudad, que fué valerosamente defendida por el comandante del puerto y por los habitantes. El Consejo Real mandó que no se perdonase gasto para fortificarla. Entonces fué cuando se levantó el castillo de El Morro con sus formidables bastiones y el puerto de la Habana, que era ya el más hermoso y el más seguro de América, se hizo también el más fuerte de toda ella. La antigua fortaleza de la Fuerza fué casi abandonada; sin embargo, teniendo en consideración su antiguo servicio y su situación al Norte, se le conservó en la honrosa calidad de obra avanzada, se le dejaron sus dos soldados de guarnición y su antiguo nombre de Fuerza, añadiéndole solamente el adjetivo Vieja.

Ya volveremos a tratar de todo esto, querida hija mía. Estoy ya enfrente del puerto, y mi emoción es tan grande que apenas puedo contenerla. Aquí está El Morrillo, cuyos contornos se dibujan en la masa rojiza de la luz con su campana y su ligera cúpula chinesca. Al rededor de ella flotan a merced del viento y en diferentes direcciones mil banderolas de variados colores que anuncian la nación y el calibre de los barcos que están en el puerto.

 

Preguntas de discusión

  1. ¿Cuánto tiempo transcurre en esta carta?
  2. ¿Cómo se describe el paisaje y la naturaleza en esta carta? ¿Y la technología de industrialización?
  3. ¿Cómo se caracteriza la relación entre España y Cuba en la carta?
  4. ¿Se puede considerar esta obra como un ejemplo de Romanticismo? ¿Por qué, o por qué no?

  1. Esta versión es adaptada del original: Santa Cruz y Montalvo (Condesa de Merlín), María de las Mercedes. «Carta I». Viaje a la Habana, 1922, Habana, pp. 27-37.
  2. «Diáfano»: claro, despejado (Diccionario de la lengua española).
  3. Esta frase se refiere al abandono de los padres de Santa Cruz. Una interpretación de la llegada de Santa Cruz a Cuba es que ella está escribiendo sobre su reencuentro entre ella misma (la hija) y su madre (Cuba). Con certeza, la pérdida de un país—ambos Cuba y España para la Condesa—es relacionada a la imagen de la madre (Mâendez Rodenas 33).  También se asocia con el trauma: su salida de Cuba «cleaves her life in two and marks a watershed in the text» («hiende su vida en dos partes y marca un momento decisivo en el texto») (Molloy 89).
  4. La carta es parte del subgénero literario epistolar, lo cual es una composición poética en forma de carta, en que el autor se dirige o finge dirigirse a una persona real o imaginaria, y cuyo fin suele ser moralizante, instructivo o satírico (Diccionario de la lengua española). En esta carta vemos descripciones compuestas del viaje de los sentimientos, el paisaje y recuerdos de la Condesa de Merlín, entre otras cosas.
  5. Esta última frase demuestra el uso de la personificación en la obra de Santa Cruz. Les da «vida» a los delfines, afirmando que están familiarizados con los deberes de la hospitalidad.
  6. En este pasaje, Santa Cruz le da a las palmeras una calidad humana de valor, otra vez usando la personificación.
  7. La Condesa imagina y venera a Cristóbal Colón y Diego Velázquez de Cuéllar, unos de los conquistadores de las Américas. Colón llegó las Bahamas en 1492, y Velázquez inició la colonización española de Cuba en el año 1510 («Cuba, la isla consentida por el Caribe»).  La actitud positiva de Merlín hacia ellos refleja su postura que apoya la colonización («Santa Cruz y Montalvo (Condesa de Merlín), María de las Mercedes (1789-1852)» 366).
  8. La Condesa menciona una acción que aparece unas veces en la Biblia. Ella dice que pone su frente al polvo y ofrece su voluntad como holocausto. Esta situación es similar a un verso bíblico en el libro de Ezequiel 27 en cual los marineros de Tyre, quienes estuvieron en un viaje por el mar, tienen el polvo y la ceniza en la cabeza para lamentar (La Palabra). El holocausto de la que Santa Cruz habla es la fe, y el holocausto fue un sacrificio que le afectó completamente. Parece que ella hace un sacrificio en su mente para que el barco llegue al puerto con cuidado.
  9. «Ázoe»: nitrógeno.  La palabra viene a español de la francés azoe y originalmente de griego: el prefijo a- significa ‘sin’ y zoie significa ‘vida’ (Diccionario de la lengua española).  Peróxido de nitrógeno (NO2) es un nombre obsoleto para dióxido de nitrógeno («Nitrogen peroxide»).  Es un gas venenoso que irrita el sistema respiratorio (World Health Organization 48).
  10. Matanzas es ambas una provincia y la ciudad capital de Cuba.  Pan de Matanzas es una montaña en la región de Matanzas, cerca de la ciudad (Bretos 18). Matanzas, también conocido como la ciudad de puentes debido a su multitud de ríos, fue establecido por 30 familias inmigrantes al final del siglo XVII, y por el siglo XIX se convirtió al centro del auge de azúcar y un centro cultural, con muchas importantes figuras literarias, incluso José Jacinto Milanés y Domingo del Monte («Matanzas (Municipality)» 36).
  11. Puerto Escondido es una ciudad en la orilla norte de Cuba, aproximadamente 50 millas este de Havana («Puerto Escondido, Cuba»).

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