TERESA DE LA PARRA (1889, Francia – 1936 España)
Introducción
Holden Adams, Madeline Brousseau, Matt Connors, Vanesa Rodriguez, eds.
Teresa de la Parra fue una autora venezolana que vivió entre 1899-1936. Su infancia en Tazón, su hacienda familiar, influyó sus novelas como Las Memorias de Mamá Blanca (1929) (Ruiza et al). Esta novela, a través de la voz narrativa de Mamá Blanca, da una perspectiva femenina de la sociedad latinoamericana de los siglos XIX y XX y muestra el conflicto entre la civilización y la barbarie.
El capítulo empieza con un incidente entre Violeta, una hermana de la narradora, y Evelyn, la cuidadora de las niñas, en el que Evelyn representa la filosofía estricta del positivismo y civilización, y la niña el espíritu libre y bárbaro. Por este incidente, Evelyn decide castigar a las niñas y les prohíbe ir a su lugar favorito en la hacienda, el trapiche (Bohórquez 16). Pero la prohibición de ir al trapiche provocó en las niñas más amor y nostalgia por este lugar. Así, este incidente empieza la “hermosa y cautivadora pintura del trapiche de la hacienda, en el fragor de la tritura de la caña de azúcar y de las fases propias de la fabricación del papelón” (Ramirez Vivas 106).
El trapiche, el lugar donde antiguamente se extraía el jugo de la caña de azúcar para hacer diversos comestibles, representa para las niñas la libertad del mundo natural (Rodríguez Tsouroukdissian 107). Es un lugar abierto sin paredes o leyes donde las niñas pueden expresar su curiosidad libremente. Al contrario de la novela Doña Barbara del autor venezolano Rómulo Gallegos, publicada el mismo año que Memorias de Mamá Blanca, donde la civilización trae el bienestar a la sociedad, Teresa de la Parra representa la naturaleza como una mejor alternativa. Para Gallegos, la “utopía literaria” es que la civilización domina y vence la vida rural o “la barbarie,” pero para De la Parra, la naturaleza y el trapiche son la utopía (Bohórquez 15).
El lento proceso del trapiche muestra que cada trabajador es esencial al proceso de creación y les da la oportunidad a las niñas de interactuar con cada aspecto y apreciar cada paso con emoción y respeto, algo que se ha perdido con el progreso y el uso de las máquinas de la modernidad. El trapiche se convierte en un recuerdo que nunca pierde su fascinación para las hermanas, y específicamente para la narradora, Mamá Blanca.