TERESA DE LA PARRA (1889, Francia – 1936 España)

“Aquí está el primo Juancho” de LAS MEMORIAS DE MAMÁ BLANCA

Teresa de la Parra

(Texto abreviado)

I.

Primo Juancho, para servir a ustedes, formaba parte de las visitas que venían a pasar días. A veces permanecía entre nosotros durante largas semanas. Llegaba siempre al caer de la tarde, montado hidalgamente en Caramelo, sin que su presencia nos aterrorizara y sin que Mamá derramara a sus pies la copa rebosante de sus gracias.

Primo hermano de nuestro abuelo paterno, empezaba en nosotros la tercera generación que por fidelidad al ritmo de su nombre lo seguía llamando «primo Juancho». Aquel grado de parentesco que no anunciaba superioridad de años, se imponía a todos los oídos parientes, amigos o conocidos, por no sé qué misteriosa concordancia y surgía naturalmente de todos los labios, como gritando ¡ven! a la cordialidad. Su compañía, poblada por los más inesperados accidentes, procuraba a todo el mundo ratos de gratísimo esparcimiento.

¿Por qué razón primo Juancho, siendo tan «ilustrado» como decía Mamá, o sea, tan cundido de conocimientos, no se hallaba en los Senados y Congresos, asombrando al país con su inteligencia, deleitándolo con su elocuencia y protegiéndolo con su honradez? Nadie en la familia se lo explicaba. Creían hallarse frente a uno de esos misterios crueles que con inicua injusticia impone la vida «porque sí».

En realidad, no había tal injusticia ni misterio. Primo Juancho no podía gobernar ni dirigir nada, no por falta de aptitudes, sino por exceso de pensamientos. Su ilustración lo perdía. En su amenísima[1] conversación, su inteligencia corría y saltaba como una ardilla sobre todas las ramas del saber humano[2]: era imposible seguirlo e imposible vencerlo, si de vencerlo se trataba. Todo lo sabía con entera conciencia. No importaba época histórica, lugar o categoría a la cual perteneciese la idea; ante nada vacilaba. Con la misma propiedad con que disertaba sobre Derecho Romano, disertaba sobre las verdaderas causas que determinaron la caída de los girondinos o la Independencia de América, sobre las leyes que presiden el movimiento de las astros; sobre el sistema más eficaz para extirpar la polilla y sobre la proporción con que una cocinera pueda usar, sin abusar, del ajo y del perejil.

Era como un tren en marcha o, mejor aún, era como un diccionario: la misma unidad parcial dentro del mismo deshilvanado general. En la soledad de una tarde aburrida ¿no han hojeado ustedes nunca, al azar, un diccionario? Se lo recomiendo. No hay nada más grato ni más reposante para el espíritu. Las palabras, unidas codo con codo, parecen burlarse las unas de las otras. Cada cuál muy oronda y satisfecha, de sí misma, se ríe de su vecina sin sospechar que otra vecina se está riendo de ella: lo mismo que en sociedad. Pasar por ejemplo de la palabra, «Catón», ilustrada con una austera cabeza romana a la palabra «Cataplasma», sin ilustración ninguna, para después de «Cataplasma» pasar a «Cataluña», ilustrada también con un mapa lleno de ríos, montañas y principales ciudades, es un entretenimiento gratísimo. El diccionario es el único libro ameno y reposante, cuya amable incoherencia, tan parecida a la de nuestra madre la naturaleza, nos hace descansar de la lógica, de las declamaciones y de la literatura.

Tal era primo Juancho: un Larousse[3] desencuadernado y desencadenado con todas las hojas sueltas, unas hacia arriba y otras hacia abajo. Vale decir que era divertidísimo e incapaz de organizar ni crear nada que no fuese el caos.

II.

Años atrás, en momentos de favor y de bonanza, habiendo alcanzado por fin el sueño dorado de su vida, primo Juancho había sido enviado a Europa en misión especial, aunque por muy poco tiempo y con muy poco sueldo. Se embarcó radiante.

Pero Dios no quiso que primo Juancho cumpliese con honradez y conciencia la misión diplomática que se le había encomendado. ¡Su mala suerte, siempre despierta, acechaba!

A los pocos días de pisar tierra firme recibió noticias de que su Gobierno acababa de ser derrocado y de que su misión, juzgada inútil por el nuevo Gobierno, debía ser abandonada cuanto antes, suprimido ya su sueldo de raíz como gasto oneroso e inepto. La catástrofe lo sorprendió entre las nieblas encarbonadas de Londres. En su resignación furiosa no quiso desembarcarse de regreso sin visitar París, ciudad que anhelaba conocer, tanto por natural interés, cuanto para poder elogiarla o denigrarla según se presentasen las cosas, con entero conocimiento de causa.[4]

Estirando su primero y único sueldo, tal cual se estira una cinta de goma, trazó un presupuesto milagroso y se fue a pasar tres meses en una modesta casa de pensión de la orilla izquierda del Sena. Pero a poco de abordar la orilla izquierda, la misma tarde en que se disponía encantado a presenciar una reunión solemne del Congreso presidida por Napoleón III, se sintió tan enfermo que tuvo que renunciar a la reunión solemne, meterse en cama y pasar en ella una pulmonía gravísima que lo llevó a las puertas de la muerte. Repuesto de la pulmonía, sin saber una palabra de francés, primo Juancho paseó con altivez su solitaria convalecencia por los jardines de Luxemburgo, pisando las hojas secas que crujían suavemente bajo sus pies y bajo sus soliloquios ante el cielo nublado del otoño. Su aislamiento, salpicado con frecuencia por el barro de la calle e insultado a menudo por los cocheros de fiacre, fortificó su desprecio a los malvados. Cuando transcurridos los tres meses regresó a Venezuela, traía los pulmones  propensos a los largos catarros y su alma mordida por la nostalgia de los paisajes nevados y de las magníficas virtudes cívicas;[5] desarraigada ya para el resto de sus días, languidecía sin esperanza de remisión.

 

III.

El europeísmo de primo Juancho, robustecido por revistas y catálogos, debía ejercer en nuestra vida una influencia muy directa, aunque enteramente opuesta al objeto que él en su vivo interés por nosotras anhelaba y perseguía.

Primo Juancho trajo de Londres a sus parientes de Piedra Azul una gran sombrilla de jardín con el objeto de que la clavasen cuanto antes en el centro de una mesa de hierro o de mimbre y sentados así bajo su sombra inglesa y circular, según moda que él había visto no sé dónde, tomasen a pleno aire a las cinco de la tarde, té con pan tostado y mantequilla. Pero Mamá, Papá y sus convidados, balanceándose cadenciosamente en un mecedor cualquiera de los corredores de Piedra Azul, se bebían a las cuatro, a las seis o la hora en que mejor les parecía, grandes vasos con refrescos de guanábana o de parcha granadina, mientras la sombrilla degradada y decaída, ¿qué dirán ustedes que hacía? Pues sólo salía a luz de tiempo en tiempo a las diez de la mañana y entonces, como una bondadosa gallina clueca, posada con un mismo amor sobre Mamá, Evelyn y todas nosotras, meneándose con muchísima pereza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, se venía caminando lentamente, callejón abajo, en un gran carro de bueyes, a presenciar sobre las piedras, entre jabones, gritos y paños felpudos, nuestro alegre y rumoroso baño de río.[6]

Cuando terminado el baño, todas frescas, goteando perlas de agua los cabellos, volvíamos a agruparnos las unas contra las otras en el fondo del carro, Mamá, muy contenta también, se sentaba en su banquito más cerca de los bueyes. Entonces, mientras Evelyn, con la ayuda del gañán tornaba a abrir y a instalar, no sin ciertos esfuerzos, la pesada sombrilla, Mamá respiraba de placer bajo su sombra y decía con placidez y con dulce bienestar:

—Muy vieja y muy fea que está ya la pobre, pero sin esta sombrilla nunca podríamos, niñitas, llegar hasta aquí y bañarnos tan sabroso en este pozo del río.

Lo que nunca agradeceré bastante a primo Juancho, por lo que a mí respecta, es el haberme enseñado a bien comprender y amar desde mis más tiernos años, entre insultos y diatribas, el alma idealista de la raza.[7] Me inculcó al efecto tal conocimiento y tal amor por el sistema de la demostración que es, sin duda ninguna, el más eficaz para inculcar las cosas. En sus violentas exposiciones, empezaba por desahuciar enteramente a Venezuela como país perdido ya para la civilización, sin esperanza de remedio alguno. Su pesimismo al avivarse iba invadiendo poco a poco todo nuestro continente sur hasta que al fin se decidía, atravesaba con voracidad el mar, se lanzaba sobre España, la devoraba y acababa salpicando terrible, con las chispas de su incendio todos los pueblos latinos. Sobre la gran desolación de la catástrofe sólo flotaban felices y sonrientes las dos islas británicas.[8]

¡Qué de amables defectos fulminabas, primo Juancho, y cómo al condenarlos, reflejándolos todos en ti mismo, sin que te dieras cuenta, los empapabas de gracia y de hidalguía! ¡Cuánto iba a aprender contigo!

V.

De aquellas anécdotas o cuentos de primo Juancho, que llegaban a buen puerto y en los cuales, sin él sospecharlo, se revelaba su espíritu de rancia cepa castellana,[9] había uno, el más reciente quizás del repertorio, que fue siempre el preferido de mi alma, porque sus actores me eran familiares y porque además de estar presentes en el escenario solían estar presentes en el auditorio, cosa que daba a las palabras cierto sabor y jugosa vida.

Se trataba de cómo, cuándo y en qué circunstancias Papá y Mamá celebraron sus bodas.

—Se casaron el año 46—empezaba primo Juancho—; era en el mes de marzo, y era un domingo de Pascua. Carmen tenía quince años y Juan Manuel treinta y uno. Quisieron un matrimonio lujoso, y lo tuvieron espléndido. Los casó el arzobispo y a la novia la llevó del brazo su padrino, que era entonces presidente de la República. Pero a ahijada y a padrino al salir juntos de la casa les pasó un gran chasco[10] con el que nadie contaba y el chasco, como verán, es la única gracia que tiene mi cuento…

Contado en pocas y desabridas palabras, el chasco fue que al salir el matrimonio de la casa al coche de adelante, en donde iba la novia, se le rompió una rueda y con caballos, cochero, novia, presidente y todo, se quedó en plena calle volcado y tullido. Era el coche oficial y solemne de la presidencia. Con su uniforme de general viejo de la Independencia, todo lleno de entorchados y condecoraciones, como sale un caracol de su concha, salió el padrino de su coche volcado, sacó a la novia como mejor pudo y, aunque cruzaba entonces por un período de aguda impopularidad y no era oportuno codearse con el populacho tan engalanado y empenachado, viendo el conflicto, viendo que la iglesia no les quedaba tan lejos y viendo que otro coche (gran lujo y boato entonces) no podía hallarse, así tan al alcance de la mano, se tragó él solo su gran desgano y desafiando a la vez los dos conflictos dijo con una sonrisa muy alegre y muy campechana:

—¡Pues seguiremos a pie!

Los invitados que tenían coche se bajaron al punto e imitando al presidente también saludaron al herido con una franca sonrisa, repitiendo lo mismo:

—¡Pues seguiremos a pie!

Y el padrino con sus entorchados y la ahijada con sus azahares y todo el cortejo atrás, anda que anda, se fueron calle arriba, entre una doble hilera de curiosos y una doble hilera de ventanas, que mirando avanzar el gran suceso batían sus hojas apresuradas echando raudales de luz[11] y haces de comentarios sobre la calle medio oscura, porque matrimonio y percance estaban pasando de noche.

Retrato de Carlos Soublette
Retrato de Carlos Soublette, independentista venezolano. Arturo Santana, Dominio público, via Wikimedia Commons.

La novia al avanzar oyó caer de todos los labios un torrente de flores, pero el viejo general oyó otras cosas, porque, como he dicho ya, tenía enemigos; expiraba su período presidencial y a pesar de sus muchas bondades y de sus muchas glorias viejas, eran aquéllos días de malquerencia y de impopularidad.[12] Moraleja: para atravesar una calle entre dos hileras de curiosos y dos hileras de ventanas, es más grato y más seguro atravesarla de novia que atravesarla de general.

Tal era, a grandes rasgos, el cuento, con su moraleja y todo. Ahora bien, lo que primo Juancho llamaba «la gracia de mi cuento» no se encerraba, no en los linderos del chasco como él creía, sino que derramaba por todos lados, iba regocijando el espíritu con esa alegría sabrosa del agua fresca bebida en plena sed, alegría y sabrosura que cuando logra apresarse en palabras escritas, las páginas donde se guardan, así pasen años y más años, no se marchitan nunca. Sólo mucho tiempo después llegué a conocer esta verdad: extasiada de sorpresa y de añoranza la encontré un día en unas páginas amarillentas del Romancero, leyendo el relato de otras bodas que también iban andando con nobleza campechana por el medio de la calle. Aquí están. Son las bodas del Cid.[13] Si impregnan en este aroma mi relato desabrido comprenderán cuál era el encanto indefinido que animaba el cuento de primo Juancho.[14]

Más tarde viene Jimena

trabándola el rey la mano

con la reina su madrina

y con la gente de manto.

Por las rejas y ventanas

arrojaban trigo tanto

que el rey llevaba en la gorra

como es ancha un gran puñado,

y a la homildosa Jimena

se le metían mil granos

por la marquesota al cuello

y el rey se los va sacando.

Envidioso, dijo Suero,

que lo oyera el rey en alto

—aunque es de estimar ser rey

estimará más ser mano—,

mandóle por el requiebro

el rey un rico penacho

y a Jimena le rogó

que en casa le dé un abrazo.

Fablándole iba el rey,

más siempre le fabla en vano,

que non dirá discreción

cómo la que faz callando

llegó a la puerta el gentío

y partiéndose a dos lados

quedóse el rey a comer

y los que eran convidados.

Si tienen a bien cambiar los granos de trigo, que nunca se dio en Caracas, por comentarios contra el presidente, y espontáneas flores a la novia, tendrán ustedes el romance de las bodas de Mamá, tal como tantas veces lo escuchó narrar mi infancia.

¡Ah, primo Juancho, la gracia de tu cuento! Ahora ya sé por qué vivías indignado sin razón, y por qué amanecías todas las mañanas con tu solemne y negro levitón de entierro. Sabías que entre unos y otros estaban asesinando brutalmente la noble, vieja gracia campechana, y cómo poco a poco enterraban algo de ella, todos los días tú asistías consecuente a su pedazo de entierro. Pero su agonía fue larga y respirando a tu lado vivió mientras tú viviste. Fue ella quien como perro fiel, olfateando tus faldones, se fue a trote ligero detrás de tu entierro pobre, e inmóvil sobre tu tumba, como los perros de mármol de los mausoleos, se quedó para siempre en el cementerio.[15]

Preguntas de análisis e interpretación

  1. ¿Cuál es la importancia de la sombrilla inglesa en la caracterización del personaje principal?
  2. ¿Cuáles son algunas otras maneras en que la narradora describe a Primo Juancho?
  3. ¿Cómo influye la obsesión de Europa de Primo Juancho en la percepción de Venezuela y Europa de la narradora?
  4. Relee el relato de la boda de los padres de Blanca Nieves. ¿Qué revela el parte del poema del Cid sobre el entorno sociopolítico en Venezuela durante el siglo XIX?
  5. ¿Qué propósito sirve la técnica de la intertextualidad, específicamente la inclusión del “Romancero Selecto del Cid,” en la caracterización de Primo Juancho?
  6. ¿Qué revela este capítulo sobre la identidad venezolana en el siglo XIX?

 


  1. Aquí, “amenísima” significa algo que es muy agradable.
  2. Una ardilla es un roedor que vive en los árboles y come nueces. Aquí, el uso de un símil que compara Primo Juancho con una ardilla amplía la idea que su mente contiene una gran cantidad de información en una forma desorganizada. Él puede recordar hechos específicos, pero no puede pensar en temas más grandes. Un símil es una técnica literaria que compara dos cosas o ideas para ilustrar un punto o concepto.
  3. Larousse es un diccionario enciclopédico francés, pero De la Parra lo usa para describir a la mente de Primo Juancho como un diccionario con sus hojas sueltas. Como otras comparaciones en el capítulo, este símil es una comparación fantástica en la descripción de los conocimientos desorganizados de Primo Juancho. También enfatiza la influencia de Francia en la cultura, lenguaje de la autora, y de este personaje.
  4. París era un lugar fundamental respecto al arte y la literatura y su importancia es evidente en los datos biográficos de la autora y en el personaje Juancho (Mueller 4).
  5. Primo Juancho regresa a Venezuela con pulmones más débiles debido la pulmonía que padeció en París. Pero también regresa con los paisajes europeos y las costumbres cívicas que allí observó como sus nuevos ideales.
  6. Este pasaje de la sombrilla es una metáfora de la implementación de las ideas europeas en América Latina. Aunque Primo Juancho quería difundir las tradiciones europeas a la vida diaria en Piedra Azul, como la sombrilla y el té británico, la familia de Blanca Nieves las usó de otra forma, adaptándolas al trópico venezolano (Sloan 123).
  7. “El alma idealista de la raza” se refiere a un supuesto optimismo innato de la gente latinoamericana, demostrado por Juancho aun cuando se desespera.
  8. Las dos islas británicas, Gran Bretaña e Irlanda, eran el centro de poder económico y político en aquella época y la fuente de la mayor admiración de Juancho.
  9. Demuestra que, a pesar de la obsesión con la cultura anglosajona de Primo Juancho, sus cuentos y lenguaje están basados en la cultura castellana, aunque él no reconoce esto. A continuación en el capítulo, Blanca Nieves incluye un fragmento del poema épico de El Cid en el cuento de la boda de los padres de Blanca Nieves que narra Juancho, para demostrar cómo él está afectado profundamente por la cepa lingüística castellana.
  10. Chasco significa un incidente que causa decepción o desilusión. Se refiere a la rueda inservible que hace que el padrino y la ahijada caminen por la calle.
  11. Aquí, las personas que están en sus hogares en los dos lados de la calle abren las hojas de sus ventanas (“window shutters”) rápidamente, iluminando la calle donde el padrino y la ahijada están caminando.
  12. Esta boda ocurre en el año 1846, un tiempo cuando los bolivarianos y liberales locales estaban luchando por el poder gubernamental (Adelman 116). El presidente en aquel año, Carlos Soublette, quien es el padrino en el cuento, era considerado como el “antípodo del personalismo” (Urbaneja 8) y parte de una oligarquía conservadora, gobernó con un círculo pequeño de generales, propietarios, e intelectuales (Urbaneja 23), lo cual le quitó popularidad entre ciertos sectores.
  13. El Cid es el nombre de un caballero histórico del siglo XI que luchó contra los moros en la península ibérica. Su vida fue convertida en un poema épico, El Cantar de Mío Cid, una de las obras más importantes en la historia de la literatura castellana. El fragmento que sigue es del Romancero Selecto del Cid, una obra publicada siglos después del poema original y detalla su boda con su esposa Jimena.
  14. La inclusión del texto del Romancero aquí es un ejemplo de la “intertextualidad,” una técnica literaria en que un texto tiene un vínculo o referencia a otros textos. Su uso aquí demuestra las conexiones que Juancho establece entre la boda de los padres de Blanca Nieves y la del Cid y Jimena, y el hecho que él no puede separar su pasión interna por la tradición literaria hispana y su vida del presente. La narradora celebra estas conexiones.
  15. La “vieja gracia campechana” se refiere a cosas, personas y estilos de vida “del campo” o “del llano.” La narradora observa que aunque la identidad cosmopolita comenzaba a dominar la autóctona venezolana en esos días, por la influencia de personas como Juancho que apreciaban más lo foráneo, las raíces hispanas y venezolanas perduraban.

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Antología abierta de literatura hispana Copyright © 2022 por Julie Ann Ward se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional, excepto cuando se especifiquen otros términos.

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